Historia.
El Pangue, poblado desde siempre, es conocido por sus lavaderos de oro, primero los Incas, después los españoles y después los americanos (cosas de los imperios). Aún es posible encontrar algún poquito por ahí si se sabe buscar.
Así, al ritmo del oro, del trigo, del pastoreo y del corte de leña se fue formando el poblado.
Cuenta la historia que parte del ejercito realista español, después de la derrota de Maipú, y en su fallida huida a Valparaíso se refugiaron en estos parajes y escondieron por ahí su tesoro, “Las 7 mulas de plata”. Tesoro muy buscado por chilenos y extranjeros, pero jamás hallado.
Todo comenzó así...
En 1984 apareció un aviso de venta de 600 ha en Casablanca. Su antiguo dueño, ya muy mayor, Don Toto Erlwein, buscaba más que un comprador, a alguien que quisiera el campo. “Me lo vas a cuidar” me dijo al momento de firmar el traspaso.
A solo días de la compra, El Pangue se vino al suelo con el devastador terremoto de marzo de 1985. Todas las construcciones, casas, bodegas y tranque se derrumbaron. Toda una prueba.
Partimos de cero reconstruyendo todo y eso afianzó nuestra relación y compromiso con el lugar y su gente.
Nuestro espíritu.
Este lugar es un espacio de encuentro entre el trabajo y la belleza.
Un lugar para recorrer, disfrutar, conocer, descansar, cabalgar, caminar y perderse entre los cerros, pero a la vez, sacar lo mejor que esta tierra puede dar para producir, tanto las naranjas que plantó en un inicio Félix López, como la viña que hoy comienza a dar sus frutos.
Los caballos.
Se concretó una pasión que hoy llena los potreros de El Pangue: la crianza de caballos árabes de pura raza para competencia de enduro ecuestre.
En Harás El Pangue Kehailan criamos caballos que han obtenido innumerables títulos y campeonatos nacionales e internacionales.
Esta raza especial, producto de miles de años viviendo entre los beduinos en el desierto, es sinónimo de belleza, resistencia, velocidad, pero también de mucha cercanía con los humanos.
El trabajo.
Las personas que laboran aquí están ligadas por generaciones al lugar.
Juan Gutiérrez, Juanucho, que ha construido casi todas nuestras obras. José Marchant, Joselito, hijo del más antiguo trabajador, hoy a cargo de todos los sistemas de riego, Johnson Cerda, Yompi, nieto e hijo de trabajadores de aquí hoy maquinista principal. Y así muchas más.